Canción para los niños en invierno

En la noche del invierno
Galopa un gran hombre blanco
En la noche del invierno
Galopa un gran hombre blanco
Es un muñeco de nieve
Con una pipa de madera,
Un gran muñeco de nieve
Perseguido por el frío.

 

Llega al pueblo.
Viendo luz
Se siente seguro.
En una casita
Entra sin llamar;
Y para calentarse,
Se sienta en en la estufa roja,
Y de golpe desaparece.
Dejando sólo su pipa
En medio de un charco de agua,
Dejando sólo su pipa,
Y su viejo sombrero.

Jacques Prévert

Flores de amor

Amor, no te culpo; la culpa fue mía,
no hubiera yo sido de arcilla común
habría escalado alturas más altas aún no alcanzadas,
visto aire más lleno, y día más pleno.

Desde mi locura de pasión gastada
habría tañido más clara canción,
encendido luz más luminosa, libertad más libre,
luchado con malas cabezas de hidra.

Hubieran mis labios sido doblegados hasta hacerse música
por besos que sólo hicieran sangrar,
habrías caminado con Bice y los ángeles
en el prado verde y esmaltado.

Si hubiera seguido el camino en que Dante viera
los siete círculos brillantes,
¡Ay!, tal vez observara los cielos abrirse, como
se abrieran para el florentino.

Y las poderosas naciones me habrían coronado,
a mí que no tengo nombre ni corona;
y un alba oriental me hallaría postrado
al umbral de la Casa de la Fama.

Me habría sentado en el círculo de mármol donde
el más viejo bardo es como el más joven,
y la flauta siempre produce su miel, y cuerdas
de lira están siempre prestas.

Hubiera Keats sacado sus rizos himeneos
del vino con adormidera,
habría besado mi frente con boca de ambrosía,
tomado la mano del noble amor en la mía.

Y en primavera, cuando flor de manzano
acaricia un pecho bruñido de paloma,
dos jóvenes amantes yaciendo en la huerta
habrían leído nuestra historia de amor.

Habrían leído la leyenda de mi pasión, conocido
el amargo secreto de mi corazón,
habrían besado igual que nosotros, sin estar
destinados por siempre a separarse.

Pues la roja flor de nuestra vida es roída
por el gusano de la verdad
y ninguna mano puede recoger los restos caídos:
pétalos de rosa juventud.

Sin embargo, no lamento haberte amado -¡ah, qué más
podía hacer un muchacho,
cuando el diente del tiempo devora y los silenciosos
años persiguen!

Sin timón, vamos a la deriva en la tempestad
y cuando la tormenta de juventud ha pasado,
sin lira, sin laúd ni coro, la Muerte,
el piloto silencioso, arriba al fin.

Y en la tumba no hay placer, pues el ciego
gusano se ceba en la raíz,
y el Deseo tiembla hasta tornarse ceniza,
y el árbol de la pasión ya no tiene fruto.

¡Ah!, qué más debía hacer sino amarte; aún
la madre de Dios me era menos querida,
y menos querida la elevación citérea desde el mar
como un lirio argénteo.

He elegido, he vivido mis poemas y, aunque
la juventud se fuera en días perdidos,
hallé mejor la corona de mirto del amante
que la de laurel del poeta.

Oscar Wilde

El camello indiscreto

El sueño de todo camello es entrar al servicio de los Reyes Magos. ¿Quién no querría acompañar a Sus Mágicas Majestades por el mundo haciendo felices a niños y mayores? Pero hubo una vez un camello que, por indiscreto, estuvo a punto de echarlo todo a perder.

Cuenta la leyenda que una banda de ladrones estaba muy interesada en descubrir la ruta que los Reyes Magos hacían para repartir sus juguetes la noche del 5 de enero. Querían saber de dónde partían para robarles toda su mercancía antes de salir. Pero nadie conocía ese secreto.

Como los ladrones sabían que todos los camellos de Oriente deseaban trabajar para los Reyes Magos recorrieron el mundo interrogándolos a todos, a ver si alguno sabía algo. Pero ningún camello les contó nada.

Pasaban los años y los ladrones no conseguían averiguar dónde encontrar a los Reyes Magos.

Siendo ya anciano, el jefe de los ladrones decidió probar una última estrategia, y le tendió una trampa a unos camellos jóvenes que encontró y que, por su edad, probablemente no habían podido ser elegidos aún para ayudar a los Reyes Magos a repartir felicidad a todos los niños del mundo.

El jefe de los ladrones se disfrazó de brujo, se acercó al más joven de los camellos y le dijo:
– ¿Sabes? Yo podría conseguir que fueras elegido para llevar regalos a los niños. ¿Te gustaría?
– ¡Me encantaría! -dijo el camello-. ¿Qué tengo que hacer?
– Dime dónde está la guarida de los Reyes Magos para que pueda imaginar cómo debes ir hasta allí -dijo el ladrón.

El camello le contó todo lo que sabía. El ladrón, feliz por haber conseguido lo que deseaba, olvidó que se estaba haciendo pasar por brujo y se descubrió ante el camello.
– ¡Sí! ¡Por fin serán míos los regalos! -gritó.

El camello dio una coz al ladrón y lo dejó sin sentido. Lo cargó entre sus jorobas y se lo llevó a los Reyes Magos, que lo encerraron para que no avisara a los demás ladrones.

El camello fue regañado por su indiscreción. Para que esto no volviera a ocurrir, los Reyes Magos decidieron cambiar de medio de transporte. Por eso, desde entonces, vemos tantas veces a los Reyes Magos montando a caballo o en elefante, en carros o en coches.

Será mejor que, si alguien sabe algo, no lo cuente. Por si acaso.

Eva María Rodríguez

 

 

Medalla de Oro al Mérito de Bellas Artes 2021

Juan Muñoz, el escritor más longevo de la literatura infantil en España, acaba de ser distinguido con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2021 que concede el Consejo de Ministros a propuesta del ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta.

Con más de una treintena de libros publicados, Juan Muñoz (Madrid, 1929) es ya un clásico en la literatura infantil y juvenil. Licenciado en Filología Francesa, consiguió el Premio Doncel de cuento infantil con Las tres piedras y en 1979 el Premio El Barco de Vapor por «Fray Perico y su borrico». Tres años después inaugura la saga de “El pirata Garrapata”. En 1984 fue finalista del Premio Gran Angular de novela juvenil por «El hombre mecánico». En 1992 obtuvo el Primer Premio Complutense “Cervantes chico” como el escritor más leído por los niños.

Desde hace años aparece en los primeros puestos de las listas de libros más vendidos con sus personajes Fray Perico y El pirata Garrapata”.  En septiembre de 2021 publicó «El pirata Garrapata en Marte».

Si…

Si puedes mantener en su lugar tu cabeza cuando todos a tu alrededor,
han perdido la suya y te culpan de ello.
Si crees en ti mismo cuando todo el mundo duda de ti,
pero también dejas lugar a sus dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no te domina el odio
Y aún así no pareces demasiado bueno o demasiado sabio.
Si puedes soñar y no hacer de los sueños tu amo;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes conocer al triunfo y la derrota,
y tratar de la misma manera a esos dos impostores.
Si puedes soportar oír toda la verdad que has dicho,
tergiversada por malhechores para engañar a los necios.
O ver cómo se rompe todo lo que has creado en tu vida,
y agacharte para reconstruírlo con herramientas maltrechas.
Si puedes amontonar todo lo que has ganado
y arriesgarlo todo a un sólo lanzamiento ;
y perderlo, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón y tus nervios y tus tendones,
para seguir adelante mucho después de haberlos perdido,
y resistir cuando no haya nada en ti
salvo la voluntad que te dice: «Resiste!».
Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a reyes, y no distanciarte de los demás.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el inexorable minuto,
con sesenta segundos que valieron la pena recorrer…
Todo lo que hay sobre La Tierra será tuyo,
y lo que es más: serás un hombre, hijo mío».

 

Rudyard Kipling

La abuela civil española

Estoy almorzando. Un día de septiembre. Creo que planeo algo. Mastico y pienso en los pasos a seguir. Algunos planes se molestan con el ruido de los cubiertos de alrededor. Otros, no. Algunos planes pueden con todos los ruidos.

Mi trabajo, la librería, me da un rato para almorzar tranquila. Como y pienso. Es un día especial. Sé que disfruto de septiembre. Puedo planear enero. Puedo pensar en el último junio. Sin sufrirlos en su rigor.

Suena el celular. Es mi hermano. Nunca me llama a esta hora. Le gusta la tarde, cuando habla con el día encima. Cuando tiene más para decir.

Sofía…

¿Qué hacés?

Y lo escucho. No está aquí. Está a tres horas de Buenos Aires, en un pueblo sin asfalto, en el campo. Lejos. Entonces me dice que la abuela tuvo un accidente. Se enteró porque la llamó por teléfono para saludarla. Al parecer, se cayó. Mi abuela Consuelo.

Le pregunto si le salió sangre. Me explica que sí. Lo dice de otra manera, pero queda la palabra: sangre. Hay palabras de las que es difícil volver. Esa es una.

Tengo que dejar lo que estoy haciendo, dejar mis ideas mirándose confundidas en el restaurante, y correr. Tomar un taxi y llegar lo más rápido que pueda.

Dejarme ahí sentada y correr.

Correr hacia la sangre de mi abuela.

Andrea Stefanoni (fragmento del libro La Abuela Civil Española, disponible en Bibliobús)

Ded Moroz

Ded Moroz era un anciano alto, fuerte y con una larga barba blanca, era muy bueno y le encantaba ver la sonrisa de los niños en Navidad. Un día se le ocurrió que cada fin de año, cada niño recibiría su regalo. Pero Ded Moroz era muy anciano y era demasiado trabajo para él.


Pidió ayuda a su nieta Snegúrochka, una hermosa joven, hija del hada de la primavera y de Frost, el señor de la escarcha. Su pelo era blanco y suave como la nieve, sus ojos tan claros y azules como el cielo cuando está despejado.


Un día el abuelo le propuso lo siguiente a su nieta:

-¿Qué te parece si por Año Nuevo dejamos una sorpresa a cada niño? Pero no pueden vernos.

-Uy, es mucho trabajo, abuelo, pero me gusta la idea.


Ese año empezaron a poner en marcha su plan. Ded Moroz vestido de rojo, llevaba una larga capa que le había cosido su nieta. Ella vestía de azul, su color favorito. El abuelo llevaba muchos meses fabricando un trineo de madera, buscó sus troicas (caballos típicos de Rusia) y empezaron a recorrer la zona llevando regalos a los niños.


Desde entonces, el abuelo del frió y la doncella de la nieve, reparten cada año a todos los niños de la zona regalos y juguetes.

Leyenda rusa de Navidad

Ulises y Penélope

Había mil naves griegas surcando el mar Egeo, rumbo a Troya, para rescatar a Helena. Estaba a punto de empezar la batalla más grande de todos los tiempos.

Al mando de estas mil naves había cincuenta capitanes, cincuenta reyes. En una de esas naves, pongamos la número trescientos noventa y tres, había un capitán. Da igual qué número fuera este capitán, lo importante es que su nombre era Ulises, el rey de Ítaca.

Ulises estaba en la proa de la nave contemplando el mar color vino y pensando que a él no le apetecía nada ir a Troya. A diferencia de muchos de los otros cuarenta y nueve príncipes griegos, él no tenía ganas de combatir en esa guerra.

Ulises también pensaba que, en realidad, todo había sido por su culpa.

Pero quizá sea mejor empezar desde el principio, aunque no resulte fácil determinar cuál es el principio.

Giovanni Nucci (fragmento del libro Las Aventuras de Ulises, disponible en Biblioteca Juana Kaiser)

¡A volar!

Leñador
no tales el pino,
que un hogar
hay dormido
en su copa.

Señora abubilla,
señor gorrión,
hermana mía calandria,
sobrina del ruiseñor;
ave sin cola,
martín-pescador,
parado y triste alcaraván:

¡a volar,
pajaritos,
al mar!

Rafael Alberti