La siesta ¡Qué horror! Todos los días lo mismo ¡Qué aburrimiento!
Paula subió la escalera despacio, enfadada. Entró en su cuarto y abrió la ventana; llamó a Diego, que vivía al lado; también él tenía que dormir la siesta:
— ¡Diego, Diego abre la ventana!
Paula y Diego tenían siete años, pero Paula era dos días mayor que Diego y eso se notaba, así que él siempre la obedecía.
— Sí. ¿Me has llamado Paula?
— Habla bajito para que no puedan escucharnos; los mayores tiene las orejas muy arriba.
–Tienes razón, prima, mi papá siempre se agacha para hablar conmigo.
Paula preguntó a Diego:
— ¿Tú sabes roncar?
— No, ¿y tú? – contestó Diego.
— La verdad es que lo he intentado, pero no sé roncar como papá. Él sí sabe, silba y sopla como nadie, levanta las sábanas y las mantas como un campeón…
José M. Hernández Aguiar, (fragmento del libro La nube de ronquidos; disponible en Biblioteca Juana Keiser)