La migración

…Fue Larry, por supuesto, quien empezó la cosa. Los demás estábamos demasiado desmadejados para pensar en algo que no fueran nuestros males respectivos, pero a Larry la Providencia le había destinado a pasar por la vida como un pequeño cohete rubio, haciendo explotar ideas en las mentes ajenas para después enroscarse con untuosidad gatuna y negar toda responsabilidad de las consecuencias. A medida que avanzaba la tarde, su irritación iba en aumento. Al fin, paseando en derredor una mirada melancólica, decidió atacar a Mamá, como causante manifiesta del problema.

¿Por qué aguantamos este maldito clima?—preguntó de improviso, señalando

a la ventana distorsionada por la lluvia—. ¡Contemplad! O, si vamos a eso, contemplaos mutuamente… Margo, inflada como un plato de porridge encarnado… Leslie, penando por el mundo con treinta metros de algodón en cada oreja… Gerry suena como si tuviera el paladar hendido de nacimiento… Y, anda que tú: cada día que pasa pareces más decrépita y torturada.

Mamá le miró por encima de un tomazo titulado Recetas fáciles de Rajputana.

Pues no lo estoy—dijo indignada.

Lo estás —insistió Larry—; estás echando pinta de lavandera irlandesa… y tu

familia parece una serie de ilustraciones de enciclopedia médica.

A Mamá no se le ocurrió ninguna réplica aplastante, así que se contentó con lanzarle una mirada furibunda antes de replegarse de nuevo tras su libro.

Gerald Durrell (fragmento del libro Mi familia y otros animales, disponible en Biblioteca Juana Keiser)