El pececito Cito

Como cada verano, en el fondo del mar, todas las futuras mamás estaban deseosas de ver a sus pececito, que siempre eran los más guapos de todos. ¡Por fin!, llegó el día en que comenzaron a romperse los huevos y empezaron a salir larvas que nadaban sin parar, todas eran preciosas, brillaban mucho y pronto también empezarían a cambiar de color en la oscuridad, todos estaban felices. Todos se congregaron para ver a los bebés de Doña Sofía por primera vez. Tan contentos estaban que tardaron un poco en darse cuenta de que una de las larvas no era tan hermosa como las demás. Todos concentraron su atención en la pequeña larva, mucho más fea y desgarbada que el resto. Y así, todos se convirtieron poco a poco en hermosos peces. Todos menos uno. Sus escamas eran oscuras no brillaban y tampoco cambiaban de color. Todos se burlaban del pececito Cito. Él intentaba resguardarse con su madre y hermanos, pero éstos le rechazaban y le daban aletazos para que se apartara de ellos. El pez no tuvo más remedio que acercarse a otros peces, pero no era fácil, puesto que todos le pegaban cuando se arrimaba. El pececito Cito pensaba que los demás le rechazaban porque no nadaba bien. Así que decidió aprender a hacerlo mejor. Se convirtió en un experto nadador, pero su familia seguía dándole aletazos. Entonces se dio cuenta de que no le querían porque era más feo que sus hermanos. Un día se levantó muy temprano y huyó en busca de una familia que no le rechazara. Tuvo suerte, y encontró a la Señora Lala. Cito llegó lleno de moratones por todo el cuerpo, Lala le preguntó cómo se los había hecho, y Cito le contó que se los había hecho su propia familia. Lala no podía creerlo, y le explicó que una familia que lo trataba así no merecía ser su familia, y se ocupo de cuidarlo hasta que se recuperó. Lo aceptó sin problemas, le trataba muy bien. Lala le dijo al pececito Cito que podía quedarse con ella para siempre, juntos estarían muy bien y nunca más le harían daño. Cito aceptó encantado, pues con ella se sentía feliz. Lala siempre le decía que nadie debía hacerle daño, que era un pez muy bonito y que no importaba si era diferente y, además, nadaba mejor que ninguno de sus hermanos e incluso que su madre. Un día, por casualidad, cuando Lala y él paseaban tranquilamente, se cruzaron con la mamá de Cito. A la mamá le dio mucha rabia descubrir que el pececito, al que no había querido, era un guapo pez adulto. Cuando Cito creció, cambió mucho, sus escamas brillaban más que ninguna en todo el océano, y aunque no cambiaban de color en la oscuridad, eran las más bellas.