Llevaba recorridos poco más de setenta kilómetros, pero parecía que había pasado una eternidad desde que salió de Madrid. Una hora daba para pensar mucho. Tiempo de sobra para confirmar que había tomado la decisión acertada. No tenía la menor duda. El simple hecho de poner el pie en el acelerador resultaba liberador después de tantos años acostumbrado a sentarse en el asiento de atrás, mirando el móvil compulsivamente, como si la vida se le fuera en ello, como si no hubiera nada más importante que lo que dijeran de él en ese momento. Porque lo dicho en el instante anterior ya lo había visto y revisado, por supuesto. Ahora tenía el control, por eso pisaba a conciencia el acelerador. Necesitaba sentirlo, reafirmárselo con cada acción. Pero pasados los primeros minutos superando los límites permitidos, estableció la velocidad media en ciento veinte kilómetros por hora. Ni más ni menos: más le acojonaba y menos le impacientaba. Quería llegar cuanto antes. Había tomado la decisión hacía bastante tiempo, pero esperó a que todo estuviera listo para comunicarla de forma precipitaba, «sobre todo teniendo en cuenta la magnitud de sus consecuencias», como le habían reprochado. Por muchas vueltas que le diera, no le quedaba otra opción, si no quería dar mucho margen a chantajes e intentos para que se quedara. Tenía que ser un golpe seco que pusiera fin a todo. Ahora, después de tanta espera, no podía esperar a llegar a su destino. Pero la leve sonrisa de confianza, que le provocaba ver por el retrovisor cómo dejaba atrás su querida Madrid, se transformó en un gesto serio conforme recorría kilómetros, y la incertidumbre, que le provocaba lo desconocido, se hacía cada vez más presente. Por fin era dueño de su porvenir, pero ¿resultaría todo como había planeado? ¿Realmente encontraría lo que estaba buscando? ¿Dejaría atrás todo aquello que le perturbaba y que temía que acabara sacando lo peor de él? ¿Conseguiría volver a ser el mismo de siempre?
El corazón le dio un vuelco al divisar el cartel que anunciaba la distancia y el nombre del lugar elegido. Por tonto que sonara, tenía la corazonada de que aquel cambio de rumbo, aquella decisión que pocos compartían, cambiaría su vida para siempre. Aminoró la velocidad y fue serpenteando las curvas contemplando el paisaje…
Pablo Rivero (fragmento del libro Penitencia, disponible en Biblioteca Juana Keiser)