El libro fantástico

Si alguien hubiese preguntado a Jared Grace en qué trabajarían sus hermanos cuando fuesen mayores, no se lo habría pensado dos veces. Habría respondido que su hermano Simon sería veterinario o domador de leones, y que su hermana Mallory se dedicaría profesionalmente a la esgrima o acabaría en la cárcel por pinchar a alguien con una espada. Sin embargo, el propio Jared no sabía qué quería llegar a ser. No es que nadie se lo preguntase, en realidad. Nadie le pedía su opinión sobre nada. La nueva casa, por ejemplo. Jared Grace alzó la vista y achicó los ojos. Quizás aquello le parecería más bonito si lo viese borroso.

— Es una barraca — comentó Mallory, bajando del coche.

Pero eso no era del todo cierto. Más bien parecía un montón de barracas colocadas una encima de otra. Tenía varias chimeneas, y una valla de hierro coronaba el último tejado como un llamativo sombrero.

— No está tan mal — dijo su madre con una sonrisa sólo un poco forzada —. Es victoriana.

Simon, el gemelo de Jared, no parecía disgustado. Debía de estar pensando en todos los animales que podría tener ahora. En realidad, considerando todos los que había llegado a acumular en el pequeño dormitorio que compartía con él en Nueva York, Jared supuso que harían falta muchos conejos, erizos y demás que rondaran por ahí para satisfacer las ansias de Simon.

— Vamos, Jared — lo llamó su hermano. Jared se percató de que todos habían subido los escalones de la entrada y él se había quedado solo en el jardín, contemplando la casa. La puerta, de un tono apagado de gris, estaba desgastada. Los pocos restos de pintura que quedaban incrustados en las grietas y alrededor de las bisagras eran de un color crema indeterminado. Había una aldaba oxidada en forma de cabeza de carnero sujeta en el centro de la puerta con un clavo grueso. Mamá introdujo una llave dentada en la cerradura, la giró y empujó fuerte ayudándose con el hombro. La puerta se abrió a un oscuro vestíbulo. La única ventana se encontraba en mitad de las escaleras, y sus vidrios coloreados teñían las paredes con una tétrica luz rojiza.

— Es tal como la recordaba — dijo con una sonrisa. — Pero más hecha polvo — añadió Mallory.

Tony DiTerlizzi – Holly Black (fragmento del libro El libro fantástico (Crónicas de Spiderwick 1), disponible en Biblioteca Juana Keiser)