Se reúnen los siete secretos

— ¿Dónde estará mi insignia? ¿Dónde estará mi insignia? — exclamó Janet. — La puse en este cajón; estoy segura. Mientras decía esto, sacaba del cajón y lanzaba al aire cintas, pañuelos y calcetines.

— ¡Janet! — le gritó su madre —. Mira lo que estás haciendo. Esta misma mañana he arreglado el cajón. ¿Qué es lo que buscas? ¿Tu insignia del «Club Secreto»?

— ¡Sí! Tenemos reunión esta mañana y no puedo asistir a ella sin mi insignia. Peter no me dejaría entrar en el cobertizo; no, no me dejaría. Es terriblemente meticuloso en la cuestión de la insignia.

Hubo otra lluvia de pañuelos.

— No es fácil que la encuentres ya en el cajón — dijo la madre, inclinándose y cogiendo del suelo una insignia pequeña y redonda con las iniciales C. S. S. pulcramente grabadas —. La has tirado tú misma con esa especie de locura que te ha entrado.

— ¡Dámela, mamá, dámela! — gritó Janet. Pero su madre no se la dio.

— No. Primero recoge todo lo que has tirado y déjalo bien colocado en el cajón.

— ¡Es que nos tenemos que reunir dentro de cinco minutos! — exclamó Janet—.

Peter está ya en el cobertizo.

— Eso a mí no me importa — dijo la madre. Y salió de la habitación ¡llevándose la insignia! Janet, gimoteando, recogió las cosas y las embutió apresuradamente en el cajón, colocándolas de cualquier modo. Entonces se lanzó escaleras abajo.

—Ya lo he guardado todo, mamá. Y te prometo arreglar mejor el cajón cuando termine la reunión.

La madre sonrió, tendió la insignia y se la dio a Janet.

— Aquí la tienes. ¡Ya puedes ir a tu reunión del «Club de los Siete»! No comprendo cómo podéis estar en ese asfixiante cobertizo, con el calor que hace. ¿Es preciso que tengáis siempre cerradas la puerta y la ventana?

— No tenemos más remedio —contestó Janet, poniéndose orgullosamente la

insignia —. Es una sociedad verdaderamente secreta, y nadie debe enterarse de lo que decimos en nuestras reuniones. No es que nos haya ocurrido nada grave. Pero ahora lo que necesitamos es algo que nos anime: una aventura como la última que corrimos.

— Llévate el bote de las galletas — dijo la madre —También te puedes llevar una botella de zumo de naranja. Mira, Scamper viene en tu busca.

El simpático perro de raza Spaniel, de pelo leonado, entró trotando en la habitación y empezó a resoplar ante Janet. —Sí, sí; ya sé que me he retrasado — contestó la niña, acariciándole —. Supongo que Peter te envió a buscarme. Ven. Gracias por las galletas y el zumo de naranja, mamá…

Enid Blyton (fragmento del libro ¡Bien por los siete secretos!, disponible en Biblioteca Juana Keiser)