La casa del espejo

Desde luego hay una cosa de la que estamos bien seguros y es que el gatito blanco no tuvo absolutamente nada que ver con todo este enredo… fue enteramente culpa del gatito negro. En efecto, durante el último cuarto de hora, la vieja gata había sometido al minino blanco a una operación de aseo bien rigurosa (y hay que reconocer que la estuvo aguantando bastante bien); así que está bien claro que no pudo éste ocasionar el percance. La manera en que Dina les lavaba la cara a sus mininos sucedía de la siguiente manera: primero sujetaba firmemente a la víctima con un pata y luego le pasaba la otra por toda la cara, sólo que a contrapelo, empezando por la nariz: y en este preciso momento, como antes decía, estaba dedicada a fondo al gatito blanco, que se dejaba hacer casi sin moverse y aún intentando ronronear… sin duda porque pensaba que todo aquello se lo estarían haciendo por su bien. Pero el gatito negro ya lo había despachado Dina antes aquella tarde y así fue como ocurrió que, mientras Alicia estaba acurrucada en el rincón de una gran butacona, hablando consigo misma entre dormida y despierta, aquel minino se había estado desquitando de los sinsabores sufridos, con las delicias de una gran partida de pelota a costa del ovillo de lana que Alicia había estado intentando devanar y que ahora había rodado tanto de un lado para otro que se había deshecho todo y corría, revuelto ennudos y marañas, por toda la alfombra de la chimenea, con el gatito en medio dando carreras tras su propio rabo.—¡Ay, pero qué malísima que es esta criatura! —exclamó Alicia agarrando al gatito y dándole un besito para que comprendiera que había caído en desgracia—.¡Lo que pasa es que Dina debiera de enseñarles mejores modales! ¡Sí señora, debieras haberlos educado mejor, Dina! ¡Y además creo que lo sabes! añadió dirigiendo una mirada llena de reproches a la vieja gata y hablándole tan severamente como podía…y entonces se encaramó en su butaca llevando consigo al gatito y el cabo del hilo de lana para empezar a devanar el ovillo de nuevo. Pero no avanzaba demasiado de prisa ya que no hacía más que hablar, a veces con el minino y otras consigo misma. El gatito se acomodó, muy comedido, sobre su regazo pretendiendo seguir con atención el progreso del devanado, extendiendo de vez en cuando una patita para tocar muy delicadamente el ovillo; como si quisiera echarle una mano a Alicia en su trabajo.

Lewis Carroll (fragmento del libro A través del espejo, Y lo que Alicia encontró allí; disponible en Biblioteca Juana Keiser)