La noche en que Ronja nació había tormenta sobre las montañas; sí, era una noche tormentosa, de manera que todos los seres misteriosos que habitaban en el bosque de Mattis, asustados, se metieron en sus madrigueras y escondrijos. Solamente las feroces arpías, que amaban la tempestad más que cualquier otro tiempo, volaban graznando y gritando alrededor del castillo de los ladrones, en el bosque de Mattis. Esto molestaba a Lovis, que estaba en el lecho y a punto de tener un niño, y le dijo a Mattis:
-¡Espanta de ahí a las arpías! Quiero un poco de silencio para poder oír mi canción.
El caso era que Lovis cantaba mientras daba a luz. Así resultaba más fácil, aseguraba, y la criatura sería de las más alegres si venía al mundo durante el canto.
Mattis cogió su ballesta y lanzo un par de flechas a través de la tronera.
-¡Fuera de ahí, arpías! –gritó-. Esta noche va a nacer un hijo mío, ¿comprendéis, pesadas?
-¡Jo, jo, va a nacer un niño esta noche!! –gritaron las arpías-. Un hijo de la tempestad. ¡Seguro que será feo y pequeño!
Entonces Mattis disparó otra vez, directamente sobre la bandada. Pero las aves se rieron de él y se fueron volando sobre las cimas de los árboles, emitiendo furiosos aullidos.
Mientras Lovis estaba allí echada dando a luz y cantando, y Mattis espantaba como podía a las arpías, sus ladrones estaban sentados junto al fuego, abajo, en la gran sala de piedra, comiendo y bebiendo y haciendo casi tanto ruido como las arpías. En algo tenían que entretenerse los doce bandoleros mientras esperaban, pendientes de lo que iba a suceder allí arriba, en el cuarto de la torre. Porque en toda su vida de ladrones no había nacido ningún niño en el castillo de Mattis.
Astrid Lindgren (fragmento del libro Ronja, la hija del bandolero, disponible en Biblioteca Juana Keiser)