El hombrecito de jengibre

Había una vez una viejecita y un viejecito que vivían en una casa vieja y pequeña en la linde de un espeso bosque. Habría sido una anciana pareja muy feliz de no ser porque le faltaba una cosa para ser completamente dichosa: un niño. Efectivamente, no habían podido tener hijos y ahora, junto a los dos ancianos, no había un nietecito al que contarle cuentos ni tampoco con el que compartir regalos, besos, comidas, juegos… ¡y hubieran deseado tanto tener uno!

Un día, cercanas las fiestas de Navidad, la viejecita decidió hornear galletas de jengibre. Mientras amasaba los ingredientes, se le ocurrió que sería divertido darle a una de las galletas la forma de un niñito y así lo hizo: manos, cabeza, piernas, ojitos hechos de pasas, una preciosa chaqueta de azúcar glaseado con botones de chocolate… Fue cortando aquí y allá, pegando esto y aquello hasta conseguir dar forma a un dulce y pequeño hombrecito de jengibre. Después, colocó la bandeja en el horno para que las galletas se doraran y salió al jardín para contemplar los campos nevados.

Al cabo de un rato, volvió a la cocina para ver si las galletas ya estaban listas, pero cuál no sería su sorpresa al oír unos extraños ruidos procedentes del horno y una voz que repetía:

— ¡Socorro! ¡Me quemo! ¡Que alguien me saque de aquí!

La anciana se acercó con cautela, abrió la puerta del horno y, de repente, de allí dentro saltó el pequeño hombrecito de galleta y huyó, pies para qué os quiero, tan rápido como pudo.

La viejecita llamó a su marido a gritos y ambos corrieron tras el pequeño hombre de galleta. Pero, por mucho que corrieron, no pudieron atraparlo.

El hombrecito de galleta llegó a un granero en el que tres trilladores trillaban trigo y, al pasar junto a ellos, les gritó: Escapé de una viejecita, escapé de un viejecito, corre que correrás, pero no me atraparás. Yo soy de galleta y corro más.

Los tres trilladores dejaron de trillar trigo y empezaron a correr tras el hombrecito de galleta con la intención de comérselo. Pero, aunque corrían rápido, no pudieron atraparlo. El hombrecito de galleta llegó a un campo lleno de labradores y, al pasar junto a ellos, les gritó: Escapé de una viejecita, escapé de un viejecito, escapé de tres trilladores. Corre que correrás, pero no me atraparás. Yo soy de galleta y corro más.

Los labradores comenzaron a correr tras él, pero no pudieron atraparlo. El hombrecito de galleta llegó a un prado en el que una vaca pastaba tranquilamente y, al pasar junto a ella, le gritó: Escapé de una viejecita, escapé de un viejecito, escapé de tres trilladores, escapé de los labradores. Corre que correrás, pero no me atraparás. Yo soy de galleta y corro más.

La vaca mugió enfada y, de inmediato, se puso a correr tras el hombrecito. « ¡Esa galleta tiene que estar riquísima!», pensó. Pero, aunque era la vaca que más corría de toda la región, no pudo darle alcance. El hombrecito de galleta llegó a un cobertizo en el que un orondo cerdito comía sin parar y, al pasar junto a él, le gritó: Escapé de una viejecita, escapé de un viejecito, escapé de tres trilladores, escapé de los labradores, escapé de la vaca tragona. Corre que correrás, pero no me atraparás. Yo soy de galleta y corro más.

El cerdo, al olfatear aquel manjar con patas, corrió tras la galleta con la boca bien abierta, pero no pudo atraparla. El hombrecito de galleta corrió y corrió, hasta que en medio del camino encontró a un viejo zorro al que le gritó: Escapé de una viejecita, escapé de un viejecito, escapé de tres trilladores, escapé de los labradores, escapé de la vaca tragona, escapé del cerdo cochino. Corre que correrás, pero no me atraparás. Yo soy de galleta y corro más.

—Perdona, galleta, soy viejo y ando mal del oído, ¿qué me has dicho? —Preguntó el viejo zorro— ¿Por qué no te acercas un poco más y me lo repites? Es que estás muy lejos. El hombrecito de jengibre se acercó un poco y repitió más alto: Escapé de una viejecita, escapé de un viejecito, escapé de tres trilladores, escapé de los labradores, escapé de la vaca tragona, escapé del cerdo cochino. Corre que correrás, pero no me atraparás. Yo soy de galleta y corro más.

—Perdona, galleta, pero no hay forma de entender lo que me dices. ¿Que has huido de qué?

El hombrecito de jengibre se acercó más:

—Te he dicho que escapé de una viejecita…

—Mira chico, lo siento mucho, pero ya te he dicho que soy zorro viejo y estoy un poco sordo. Como no vengas más cerca, no te voy a entender. ¡Ponte a mi lado!

La galleta, que corriendo era muy rápida, pero pensando era muy lenta, se colocó junto al zorro para repetirle su célebre cantinela:

—Te decía que escapé de una vieje…

Pero antes de que pudiera acabar su frase, el zorro le dio el primer bocado.

— ¡Vaya!, ¡menudo mordisco me has dado! Me he ido un cuarto…  —exclamó el hombrecito de galleta. Y después—: ¡Oh!, me he ido medio… —Y después—: ¡Ay!, me he ido tres cuartos… —Y al final—: ¡Uy!, ¡Me he ido entero!

Después de decir eso, el hombrecito de galleta de jengibre ya no habló nunca más.