Un mundo feliz

El Salvaje movió la cabeza.

A mí todo esto me parece horrendo.

Claro que lo es. La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la estabilidad no es, ni con mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Y estar satisfecho de todo no posee el hechizo de una buena lucha contra la desventura, ni el pintoresquismo del combate contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene grandeza.

Supongo que no – dijo el Salvaje, después de un silencio. – Pero ¿es preciso llegar a cosas tan horribles como esos mellizos?, ¡Son horribles!

Pero muy útiles. Ya veo que no le gustan nuestros Grupos de Bokanovski; pero le aseguro que son los cimientos sobre los cuales descansa todo lo demás. Son el giróscopo que estabiliza el avión cohete del Estado en su incontenible carrera.

Más de una vez me he preguntado – dijo el Salvaje – por qué producen seres como éstos, siendo así que pueden fabricarlos a su gusto en esos espantosos frascos. ¿Por qué, si se puede conseguir, no se limitan a fabricar Alfas-Doble-Más?

Mustafá Mond se echó a reír.

Porque no queremos que nos rebanen el pescuezo – contestó -. Nosotros creemos en la felicidad y la estabilidad. Una sociedad de Alfas no podría menos de ser inestable y desdichada. Imagine una fábrica cuyo personal estuviese constituido íntegramente por Alfas, es decir, por seres individuales no relacionados de modo que sean capaces, dentro de ciertos límites, de elegir y asumir responsabilidad. ¡Imagíneselo! – repitió.

El Salvaje intentó imaginarlo, pero no pudo conseguirlo.

Aldous Huxley (fragmento del libro «Un mundo feliz», disponible en Biblioteca Juana Keiser)