La novia ladrona

La historia de Zenia tendría que empezar cuando empezó Zenia. Debió de ser hace mucho tiempo y en algún lugar distante en el espacio, piensa Tony; un lugar deteriorado y muy enmarañado. Una ilustración europea coloreada a mano, de un tono ocre, con luz polvorienta y muchos matorrales: matorrales de hojas gruesas y viejas raíces retorcidas, tras los cuales, oculto por la maleza e insinuado solo por una bota que sobresale, o una mano fláccida, está sucediendo algo ordinario pero horripilante.

O tal es la impresión que Tony ha conservado. Pero hay tanto borrado, hay tanto cubierto con vendas, hay tanto deliberadamente embrollado, que Tony ya no sabe cuál de las versiones que Zenia daba de su vida es la verdadera. Ahora difícilmente puede preguntárselo, y aunque pudiera, Zenia no se lo diría. O mentiría. Mentiría con vehemencia, con un quiebro en la voz y un temblor de aflicción contenida, o mentiría titubeante, como si confesara; o mentiría con una cólera fría y desafiante, y Tony la creería. Ha ocurrido antes.

«Cojan cualquier hebra y tiren de ella, y la historia se desenreda». Así empieza Tony una de sus conferencias más tortuosas, la que trata de la dinámica de las matanzas espontáneas. La metáfora se refiere al arte de tejer, o bien al de hacer punto, y a tijeras de costura. A ella le gusta utilizarla: le gusta el leve sobresalto que provoca en los oyentes. Y es así por la mezcla de la imagen doméstica y el derramamiento de sangre; una mezcla que Zenia habría apreciado, pues disfrutaba con estas turbulencias, con estas violentas contradicciones. Más que disfrutarlas, las creaba. El porqué todavía no está claro.

Tony no sabe por qué se siente obligada a saber. ¿A quién le importa el porqué, a estas alturas? Un desastre es un desastre; los heridos siguen heridos, los muertos siguen muertos, los cascotes siguen siendo cascotes. Hablar de causas no hace al caso. Zenia era problemática, y no había que meterse con ella. ¿Por qué tratar de descodificar sus motivos?

Pero Zenia es también un rompecabezas, un nudo; si Tony encontrara un cabo suelto y tirara de él, muchas cosas se despejarían para todos los implicados, al igual que para ella misma. O tal es su esperanza. Como historiadora, cree en el poder curativo de las explicaciones.

El problema es dónde comenzar, porque nada empieza cuando empieza y nada termina cuando termina, y todo necesita un prólogo: un prólogo, un epílogo, un cuadro de acontecimientos simultáneos. La historia es una construcción, explica a sus alumnos. Cualquier punto de acceso es posible y todas las elecciones son arbitrarias. No obstante, hay momentos definitivos, momentos que nos sirven de referencia, porque quiebran nuestra sensación de continuidad, cambian la dirección del tiempo. Podemos contemplar estos acontecimientos y afirmar que después de ellos las cosas nunca volvieron a ser las mismas. Nos proporcionan comienzos, y también finales.

Margaret Atwood (fragmento de La novia ladrona disponible en Biblioteca Juana Keiser)