Corazón débil

Dos jóvenes empleados en la misma oficina, Arkadii Ivanovitch Nefedovitch, y Vasilii Schumkov vivían bajo un mismo techo. La rutina obliga a un autor a exponer previamente la edad, el grado y el empleo, y aun el carácter de los personajes que pone en escena; pero como muchos escritores empiezan sus relatos de ese modo, el que cuenta la presente historia, para no hacer como los otros (y, es posible que digan algunos, por una presunción infinita), se ve obligado a entrar inmediatamente de lleno en el tema. Por la tarde, la víspera de Año Nuevo, Schumkov entró en su casa hacia las seis. Acostado en su cama, su amigo Arkadii se despertó y, mirándole con los ojos todavía entornados, constató que su camarada llevaba el traje de fiestas y una pechera inmaculada. Tal lujo en el vestuario sorprendió al durmiente.

— ¿Dónde diablos habrá ido Vasilii? — se preguntó. Además, hoy no ha comido en casa…

En cuanto a Schumkov, alumbró una vela, y Arkadii adivinó en seguida que, creyéndole aún dormido, su colega se disponía a despertarle. En efecto, Vasilii tosió dos veces y habiendo dado una vuelta por la habitación, dejó caer su pipa, que estaba llenando, en un rincón de la chimenea. Una risa interior regocijó a Arkadii.

— ¡Vaya, Vasia, eres bastante astuto! — dijo.

— ¿No dormías, pues, Arkascha?

— De cierto, no podría decírtelo, pero creo que no.

— ¡Ah, Arkascha, querido amigo! ¿No sabes lo que voy a contarte? ¿No lo

adivinas?

— Justamente, no lo adivino… Acércate Vasia.

Vasilii, que no esperaba la jugarreta de Arkadii, se acercó confiadamente. El otro le cogió de súbito por los brazos y, como jugando, lo tumbó en la cama, apretándole hasta sofocarle, lo cual, dicho sea entre paréntesis, parecía divertirle enormemente.

— ¡Ya te cogí! — exclamó.

— ¡Arkascha, veamos, Arkascha! ¿Qué haces? ¡Déjame, vas a estropear mi frac!

— ¡Qué importa! ¿A mí qué se me da de tu frac? ¿Por qué no eres más cauto? Vamos, responde. ¿Dónde has estado? ¿Dónde comiste?

— ¡Arkascha, suéltame, por favor!

— ¿Dónde has comido?

— Es justamente lo que quería decirte.

— Bueno, cuenta, pues.

— Deja que me levante, antes.

— No, hasta que me lo digas no te suelto.

— Pero Arkascha… Comprende que así no se puede hacer nada — gritaba el débil Vasia, pugnando por deshacerse del fuerte brazo que le retenía. Hay muchas cosas, mucha materia…

— ¿Qué materia?

Fiódor Dostoyevski (fragmendo libro «Corazón débil», disponible en Biblioteca Juana Keiser)