Tirano Banderas

Calló el ranchero, y súbitamente los ojos endrinos recobraron sus timbres aguileños. La niña se recogía al pie de una columna con el pañolito sobre las pestañas. El Coronelito abría los brazos y bostezaba: Suspendido en nieblas alcohólicas, salía del sueño a una realidad hilarante: Reparó en la dueña y se alzó a saludarla con alarde jocundo, ciñendo laureles de Baco y de Marte.
Chino Viejo, por una talanquera, hacíale al patrón señas con la mano. Dos caballos de brida asomaban las orejas. Cambiadas pocas palabras, el ranchero y su mayoral montaron y salieron a los campos con medio galope.
Sin demorarse, el honrado gachupín acudió a la Delegación de Policía: Guiado por el sesudo dictamen del sobrino, testimonió la denuncia con un anillo de oro bajo y falsa pedrería, que, apurando su tasa, no valía diez soles. El Coronel-Licenciado López de Salamanca le felicitó por su civismo:
—Don Quintín, la colaboración tan espontánea que usted presta a la investigación policial merece todos mis plácemes. Le felicito por su meritoria conducta, no relajándose de venir a deponer en esta oficina, .aportando indicios muy interesantes. Va usted a tomarse la molestia de puntualizar algunos extremos. ¿Conocía usted a la pueblera que se le presentó con el anillo? Cualquier indicación referente a los rumbos por donde mora podría ayudar mucho a la captura de la interfecta. Parece indudable que el fugado se avistó con esa mujer cuando ya conocía la orden de arresto. ¿Sospecha usted que haya ido derechamente en su busca?
—¡Posiblemente!
—¿Desecha usted la conjetura de un encuentro fortuito?
—¡Pues y quién sabe!
—¿El rumbo por donde mora la chinita, usted lo conoce?
El honrado gachupín quedó en falsa actitud de hacer memoria:
—Me declaro ignorante.

 

Ramón María del Valle-Inclán