Diario de un emigrante

24 enero, lunes

Hay panolis que se piensan que esto de escribir para uno es como el hablar a solas, cosa de chalados. Eso son ganas de enredar las cosas, porque uno no siempre dice lo que quiere y hay pensamientos que andan por dentro de uno y uno, por vueltas que les dé, no acierta a expresarlos, o a lo mejor, no le da la real gana de hacerlo. Uno es de una manera y como uno es, no lo sabe ni su madre y, sin necesidad de ir a lo zorro, uno nunca se confía del todo a los demás y si quiere recordarse de algo, no hay como comerlo a palo seco, sin el recelo de que otro venga a cachondearse de lo que dice. Esta es la fetén y el que diga lo contrario miente. Cuando murió la madre, sin ir más lejos, si yo me pongo a parlar no hubiera dicho más que boberías y, sin embargo, las ideas que me rondaban dentro no podían ser más serias y respetables. Y equilicual cuando la boda y los amiguetes me salían con que «todavía estaba a tiempo» y yo respondía que me iba a suicidar, como Melecio y como don Basilio y como el cagueta de Serafín, mi cuñado, y como cada quisque, porque desde que el mundo es mundo, todos tropezamos en la misma piedra y todos somos unos gilís. Pero dentro andaba la procesión y yo me sabía que no era un gilí por eso y que lo mío con la Anita no era un suicidio. Y yo digo que esto de escribir para uno es tal y como mirarse al espejo, con la diferencia de que uno no se ve aquí el semblante, sino los entresijos. Uno, al fin y al cabo, no es un zoquete y algo se pega de andar todo el día de Dios entre gente de libros. Yo sé que ahora la vida mía va a pegar un quiebro y una cosa así no ocurre todos los días y si no me lo repito por escrito y hasta dos docenas de veces parece como que todo eso de largarme a América y despedirme de todas las cosas no fuese más que una coña. Llevo unos días como aliquebrado, dándole vueltas al asunto y ni la caza me lo quita del pensamiento.

25 enero, martes…

Miguel Delibes  (libro disponible en la biblioteca)