Tras una breve pausa, Jacques exclamó: «¡Que el diablo se lleve a la taberna y al tabernero!»
EL AMO.—¿Por qué entregáis vuestro prójimo al diablo? Eso no es cristiano.
JACQUES.—Porque mientras me emborracho con su pésimo vino, me olvido de llevar los caballos a abrevar. Mi padre lo nota; se enfada. Yo sacudo la cabeza; toma él un garrote y me frota algo rudamente la espalda. Pasaba un regimiento camino de Fontenoy; me alisto por despecho. Llegamos; comienza la batalla.
EL AMO.—Y recibes la bala que te correspondía.
JACQUES.—Lo habéis adivinado; un balazo en la rodilla; y Dios sabe cuántas aventuras, buenas y malas, ha traído ese balazo. Se sostienen unas a otras como los eslabones de una cadena. Sin ese balazo, por ejemplo, creo que no me habría enamorado en la vida, ni sería cojo.
EL AMO.—¿Así que te enamoraste?
JACQUES.—¡Y cómo!
EL AMO.—¿A causa del balazo?
JACQUES.—Del balazo.
EL AMO.—Nunca me dijiste nada.
Denis Diderot