El hombre con el pelo revuelto

El vecino le dio la espalda a papá y se volvió a su casa. Pasó al lado del muñeco y le propinó una patada a la altura de la espinilla (si es que los muñecos de nieve tienen espinilla). A mi vecino se le dobló el pie.

—¡Aaaaaaay, aaay, aaay!

Por lo menos se le había roto un dedo. Algún metatarsiano, prusiano o algo. Pero seguro que algo se había fracturado.

—¡Aaaaaaay, aaay, aaay!

Papá se volvió a sentar en la silla, serio, y se llevó la taza de café a la boca.

—Vaya, ya se me ha quedado frío —se quejó.

—Déjame que te lo caliente —dijo mamá.

—No, mejor será que calentemos ese muñeco.

Daniel Nesquens