El anillo del elfo

Un día, una preciosa niña llamada Marlechen paseaba por un camino de tierra y polvo, muy cerca de la arboleda que conducía al bosque de castaños que había cerca de su casa. Por ese lugar solían pasar carruajes que llevaban viajeros de un pueblo a otro. Iba distraída pensando en sus cosas, pero algo llamó su atención. En la cuneta vio un ramo de flores que alguien había tirado sin contemplaciones. Los pétalos de colores se abrían al sol y desprendían un aroma delicioso que a Marlechen le recordaba a la vainilla. La niña sintió mucha pena al ver tanta belleza abandonada. Cogió el ramito y, con mucha delicadeza, lo clavó en la orilla de un riachuelo para que se mantuviera fresco y recobrara todo su esplendor. Estaba tan ensimismada contemplando las flores que dio un respingo cuando de ellas salió un pequeño elfo, no más grande que un dedo pulgar. La criatura sonrió, le dedicó un simpático guiño y susurró con una voz suave y cálida:

¡Gracias, Marlechen!

La niña estaba asombrada ¡nunca había conocido a ningún elfo del bosque! Con los ojos como platos y la boca abierta de par en par, vio como el extraño ser se quitaba la corona de luz que llevaba sobre su cabeza y lo convertía en un anillo dorado tan fino, que era prácticamente invisible.

¡Toma, este anillo es para ti! Llévalo siempre en tu dedo. Cada vez que lo mires tus ojos relucirán y todo aquel que esté a tu lado se sentirá alegre y feliz.

Y sin decir más, el elfo desapareció como por arte de magia. Marlechen regresó a su casa fascinada por el curioso regalo que había recibido del hombrecillo de orejas puntiagudas que había salido de entre las flores.

Nada más llegar, oyó unos gritos que retumbaban en el comedor. Su familia se había enzarzado en una discusión y parecía que todos estaban de muy mal humor. Marlechen entró, miró el anillo y sus ojos se llenaron de luz. En ese mismo momento, su madre y sus hermanos se tranquilizaron y comenzaron a sonreír. Parecía que la dicha había vuelto al hogar.

Al cabo de un rato, llegó su padre cansado y con muy malas pulgas. El día en el trabajo había sido muy duro y no tenía ganas de nada. En cuanto cruzó el umbral de la puerta, se encontró con su hija. La niña percibió en él la tristeza, observó el anillo y cuando volvió a levantar  la mirada, la luz que salió de sus ojos hizo que todo cambiara de nuevo. El rostro de su papá se transformó y una sonrisa de felicidad asomó en sus labios. El hombre se sintió, de repente, más contento que nunca.

Marlechen se dio cuenta de que el elfo no la había engañado. Ese anillo tan especial era capaz de llevar felicidad a los demás y decidió que jamás se separaría de él. A donde quiera que fuera, el anillo iría en su dedito. Todo aquel que se cruzaba con ella sentía alegría repentina,  pero nadie supo nunca el porqué. Para todos, era una niña mágica, una niña especial. Para todos, fue para siempre “la niña sol”.