Andrés Trotamundos

Andrés soñaba con viajar: en tren, en avión, en bicicleta… aunque fuera, en monopatín. Para imaginar que viajaba, hacía mapas con las hojas de los árboles. Las recortaba y les daba forma de países. Luego le pintaba dos ojitos y una boca a una piedra plana y jugaba a saltar de hoja en hoja.

«Yuuuuuuuuuu…acabamos de aterrizar en Verdépolis… les rogamos a los pasajeros que tengan cuidado al salir del avión».

Y así se pasaba las tardes Andrés, saltando de hoja en hoja, de país en país. Imaginándose en lugares exóticos.

Un regalo muy especial para Andrés

Una vez incluso se construyó un cohete, porque el mayor de sus sueños, como no, era el de viajar al espacio (debe ser que el mundo se le quedaba demasiado pequeño). Así que cogió una caja de cartón y se hizo un casco de astronauta.

«yuuuuuuuuu… atención: localizada luna menguante. Prepárense para el alunizaje. Yuuuuuuuu… extraterrestre amistoso a estribor».

Tal era su pasión que su abuelo un día le regaló su antiguo pasaporte, una libretita llena de sellos con letras y dibujos muy curiosos de países remotos. Y el día de su cumpleaños, le compró una bola del mundo. ¡Una bola del mundo! Andrés no podía creer lo que veía: era la cosa más bonita que jamás le habían regalado.

¡Guauuuu! -exclamó Andrés- ¿de verdad que aquí caben todos los países?- preguntó extrañado.

Claro que sí – contestó muy seguro su abuelo.

Desde entonces Andrés no dejó de admirar la bola del mundo y de hacerse planes de futuro:

Primero iré a Groenlandia. ¿Habrá muchos pingüinos en Groenlandia? ¿Y esquimales? Bueno, lo mismo hace mucho frío… casi mejor que me voy a la China. Y le traigo a mamá y papá unas mandarinas.

El extraño sueño de Andrés

Una noche, Andrés tuvo un sueño fantástico: estaba mirando la bola del mundo cuando de repente ¡zassss!.. ¡¡se coló dentro!! Y no se sabe cómo, apareció en la China. Sabía dónde estaba porque en su cole había muchos niños chinos, y el niño que tenía delante, era igualito que ellos. Lo malo es que sólo hablaba chino, y por más que le preguntaba, no entendía ni torta.

El niño chino le enseñó una muralla enoooooorme. Pero enoooooooooorme. Tanto, que Andrés pensó que si fuera una escalera, lo mismo llegaba hasta el cielo y así se ahorraba el viaje en cohete.

Cuando terminó de ver la muralla, Andrés cerró los ojos y al abrirlos se encontró en algún país de África. Estaba seguro de que eso era África porque aquello parecía un desierto y hacía mucho calor. Además había un niño africano al que tampoco entendía nada de nada.

El niño le hizo señas para que se escondiera detrás de unos arbustos y Andrés vio a lo lejos unos hipopótamos bañándose en un charco enorme. Eran gigantescos. Más grandes que su tío Alfonso, que tenía una tripa redonda, redonda.

Andrés también vio una jirafa y unos leones. Y rinocerontes, cebras y hasta un elefante.

Pero entonces sonó un ruido espantoso: ¡riiiiiiiiiing!

Y África se esfumó.

Acababa de sonar el despertador, y tocaba levantarse para ir al cole.

– ¡Hasta luego! – se despidió Andrés de sus amigos, saludando según salía de su cuarto, a la bola del mundo. Estaba deseando volver para seguir viajando.

Fanny Tales