Invisible

Lleva más de cinco minutos en la esquina de enfrente, mirando hacia la puerta sin saber qué hacer: si entrar ahora o volver mañana con las mismas dudas de hoy.

Respira hondo y comienza a andar. Cruza la calle sin apenas mirar a los lados y, tras unos metros de acera, empuja la puerta con miedo.

Ya está.

Le indican que se siente un momento en el sofá que hay en la sala, que enseguida le atienden.

Mientras espera, observa las obras de arte que cubren las paredes, unos dibujos que rara vez se expondrán en los museos pero que, en la mayoría de las ocasiones, serán vistos por mucha más gente.

No será su caso porque el suyo solo lo verá ella, nadie más. Al menos eso piensa ahora.

A los pocos minutos le hacen pasar a otra sala, más pequeña, más oscura, más íntima…

Y en cuanto entra, lo ve.

Acostado sobre la mesa, grande, muy grande, lo suficiente para que le cubra toda la espalda: un dragón gigante.

Le vuelven a explicar cómo será el proceso, cuánto tardarán, qué técnica van a utilizar… y, sobre todo, le advierten de que si sobre una espalda normal ya hace daño, sobre la suya va a doler mucho más.

Se lo piensa de nuevo durante unos segundos.

Decide seguir adelante.

Se quita la camiseta y el pantalón, se quita también el sujetador, y así, prácticamente desnuda, se tumba boca abajo en la camilla, dejando al descubierto una espalda que duele al verla. Una espalda repleta de cicatrices —de esas que nacen de las quemaduras— que han ido creciendo junto a la piel de una mujer que hace muchos años, cuando solo era una niña, visitó el infierno.

«Empezamos», escucha.

Y se estremece, y cierra los ojos tan fuerte que regresa al pasado, al momento en que ocurrió todo.

Fue hace mucho tiempo, pero es capaz de sentir el dolor y el miedo cada vez que piensa en ello, no hay forma de borrarlo. Con el paso de los años se ha dado cuenta de que algunos recuerdos duelen igual que si hubieran ocurrido ayer.

Y así, poco a poco, sobre una piel en relieve que huele a pasado, un dragón va cobrando vida.

Después de varias horas en las que su mente ha estado viajando del presente al pasado, como un pájaro que tiene tanto miedo de tocar el suelo como de seguir volando, la mujer se levanta para mirarse al espejo.

Allí está, el comienzo de un dragón, su dragón. Un dragón que nace justo donde se junta la espalda con las nalgas y que acabará, de aquí unos días, cuando esté completo, en la nuca.

Suspira y sonríe, por fin se ha decidido.

Lo que aún no sabe es que habrá momentos en los que ese dragón despertará y no siempre podrá controlarlo.

Lo que aún no sabe es que no es ella quien se está tatuando un dragón en la espalda, sino que es el dragón el que ha encontrado un cuerpo sobre el que poder vivir.

Eloy Moreno (fragmento «Invisible»)