El avaro

ESCENA XI

HARPAGÓN, MARIANA, CLEANTO, ELISA, VALERIO, FROSINA y MIAJAVENA

HARPAGÓN. Aquí está también mi hijo, que viene a cumplimentaros.

MARIANA. (Bajo, a Frosina.) ¡Ah, Frosina, qué encuentro! Es precisamente el joven de quien te hablé.

FROSINA. (A Mariana.) La aventura es maravillosa.

HARPAGÓN. Veo que os extraña ver que tengo unos hijos tan mayores; mas dentro de poco me desharé de ambos.

CLEANTO. (A Mariana.)Señora, a deciros verdad, es ésta una aventura que no me esperaba, sin duda, y mi padre me ha sorprendido bastante al decirme hace un rato el propósito que había forjado.

MARIANA. Yo puedo decir lo mismo. Es un encuentro imprevisto que me asombra tanto como a vos, y no estaba preparada para semejante aventura.

CLEANTO. Cierto es, señora, que mi padre no puede hacer mejor elección y que representa para mí una gran alegría sensible el veros; mas, con todo, no os aseguro que me regocije el deseo que podéis sentir de convertiros en mi madrastra. El parabién, os lo confieso, resulta harto difícil para mí, y es un título, con vuestra licencia, que no os deseo en modo alguno. Este discurso parecerá brutal a los ojos de ciertas personas; mas estoy seguro de que vos lo tomaréis como es debido; éste es un casamiento, señora, que, como os imaginaréis, me causa aversión; no ignoráis, sabiendo lo que soy, que ofende mis intereses; y tendré, en fin, que deciros, con permiso de mi padre, que, si las cosas dependiesen de mí, este himeneo no se celebraría.

HARPAGÓN. ¡Vaya un cumplido impertinente! ¡Linda confesión le hacéis!

MARIANA. Y yo, para contestaros, debo deciros que las cosas son muy semejantes y que, si os causa aversión considerarme como vuestra madrastra, no la sentiré yo menor, sin duda, considerándoos como hijastro mío. No creáis, os lo ruego, que soy yo quien intenta produciros esa inquietud. Me disgustaría grandemente causaros enojo, y, de no yerme obligada a ello por una fuerza irresistible, os doy mi palabra que no accederé en modo alguno al casamiento que os apesadumbra.

HARPAGÓN. Tiene razón. A cumplido necio debe darse una respuesta a tono. Os pido perdón, encanto mío, por la impertinencia de mi hijo; es un joven necio que no conoce todavía el alcance de las palabras que pronuncia.

MARIANA. Os aseguro que lo que me ha dicho no me ha ofendido en absoluto; al contrario, me complace que me explique así sus verdaderos sentimientos. Me agrada en él semejante confesión, y si hubiese hablado de otro modo, le estimaría mucho menos.

HARPAGÓN. Es harta bondad en vos querer disculpar así sus faltas. El tiempo le hará más cuerdo, y ya veréis cómo cambia de sentimientos.

CLEANTO. No, padre mío; no soy capaz de cambiar, y ruego encarecidamente a esta señora que me crea.

HARPAGÓN. ¿Hasevisto semejante extravagancia? (Eleva aún más el tono.)

CLEANTO. ¿Queréis que traicione mi corazón?

HARPAGÓN. ¡Y dale! ¿Vais a cambiar de una vez de discurso?

CLEANTO. ¡Pues bien! Ya que deseáis que hable de otra manera, permitid, señora, que me coloque en el lugar de mi padre y que os confiese que no he visto nada en el mundo tan encantador como vos; que no concibo nada igual a la dicha de agradaros, y que el título de esposo vuestro es una gloria, una felicidad que yo preferiría al destino de los más grandes príncipes de la Tierra… Sí, señora; la aventura de poseeros es, a mis ojos, la más bella de todas las fortunas; en ella cifro toda mi ambición. Nada hay que no sea capaz de hacer por tan preciada conquista; y los más poderosos obstáculos…

HARPAGÓN. Poco a poco, hijo mío, por favor.

CLEANTO. Es un cumplido que hago a esta señora en nombre vuestro.

Molière