La cueva de la mora

Hace tiempo fui a un balneario situado en Navarra, concretamente, a los populares baños de Fiteros. El médico me había recomendado la estancia en este lugar para curar diferentes problemas de salud.

Cerca de allí se levantaba una pequeña colina a cuyos pies discurría un arroyo. En lo alto de la colina, aún quedaban los vestigios de un antiguo castillo mudéjar, morada hace tiempo de los moros que invadieron esta zona.

Todos los días subía hasta allí, invadido por una enorme curiosidad por encontrar algún misterio. Quien sabe: un pasadizo secreto, un tesoro olvidado, o unas antiguas armas árabes de incalculable valor… Pero al cabo de unos días, me di por vencido y empecé a buscar secretos en otros lugares.

Un día, caminando cerca del arroyo, vi un poco más arriba, tapado por matorrales espesos, una extraña abertura. Al acercarme, me di cuenta de que parecía la entrada de una cueva. Me adentré por ella y caminé por un estrecho pasadizo. Según caminaba, me di cuenta de que el camino ascendía en la dirección hacia donde estaba el castillo.

¡Este debía ser un acceso secreto al castillo!- pensé excitado- Tal vez lo utilizaron como una salida de emergencia, o para recoger agua cuando estaban sitiados.

Avancé un poco más, y pude hasta contemplar algún arco ojival por el camino, una pista de que efectivamente, aquel pasadizo fue construido por los árabes. Pero la oscuridad era tal, que decidí dar media vuelta.

Al salir vi cerca de allí a un hombre que trabajaba en un viñedo, y me acerqué para intentar sacar algo de información sobre esa misteriosa cueva. Al principio hablamos del tiempo, de las uvas, de las mujeres de esa comarca… Y al final pensé en preguntar directamente:

He estado cerca de aquella abertura que hay en la roca junto al arroyo… – le dije- Tal vez regrese más tarde para investigar más a fondo.

¿Más tarde? ¿Estás loco? Yo que tú no lo haría- contestó algo inquieto el lugareño.

¿Por qué? ¿Qué sucede?

¿Acaso no lo sabes? ¿No conoces la leyenda? Todas las noches el ánima de una mujer sale de esa cueva en busca de un poco de agua…

¿De una mujer, dices? ¿Y quién es?

Y, en vista de mi insistencia, el hombre decidió contarme la historia de esta extraña leyenda. Es la que cuento a continuación:

Hace mucho, cuando esta zona de Navarra estaba sitiada por los árabes y el castillo ondeaba la bandera de los moros, se produjo una batalla realmente sangrienta cerca de aquí. Los moros consiguieron derrotar a los cristianos y hacer de paso un importante prisionero, que llegó hasta el castillo moribundo.

Arrojaron al guerrero al calabozo, pensando que moriría, pero sobrevivió, y entonces decidieron sacar buen partido por él. Los cristianos consiguieron recuperarle a cambio de una buena suma de dinero. Él era un capitán muy querido y valorado, y prepararon un gran recibimiento. Familiares y amigos estaban esperándole, pero enseguida notaron que había cambiado… Su semblante estaba invadido por una honda melancolía que se iba haciendo más y más patente a medida que pasaban los días.

A ninguno quiso el guerrero confesar la causa de su pena, aunque más tarde todos pudieron enterarse. Organizó una batida para sorprender a los árabes y hacerse con el castillo. La batalla fue tremenda, muy dura, pero los árabes no sospechaban aquel embiste y terminaron cediendo. Los cristianos se hicieron con el castillo, y al fin todos descubrieron el secreto de su capitán: durante su cautiverio se había enamorado de la hija del alcaide del castillo, una muchacha mora de increíble belleza, que además había correspondido el amor hacia el cristiano.

Al principio los soldados quedaron turbados por aquel engaño. Resulta que muchos habían perdido la vida no por un acto de venganza contra el enemigo, sino por un capricho de amor del capitán. Sin embargo, su lealtad era tal que decidieron seguir a su lado.

Durante unos días, el guerrero cristiano recuperó su sonrisa. También la muchacha mora.

Sin embargo, los moros no estaban dispuestos a perder su castillo de aquella manera, y pidieron refuerzos de diferentes zonas para armarse y organizar un gran ejército. Los cristianos, a pesar de resistir el ataque con bastante entereza, no lograron impedir que de nuevo fuera invadido por los moros.

En el ataque, el padre de la muchacha murió, pero el capitán cristiano también recibió una herida de muerte. Al verle en el suelo, ensangrentado, la muchacha le arrastró por el patio de armas hasta un muro. Empujó un resorte oculto y la pared se abrió como por arte de magia. ¡Era la entrada secreta a un pasadizo!

Al fin pudo llevar a su amado hasta un lugar seguro, pero las heridas eran muy graves, y ya comenzaba a delirar:

¡Por favor, agua! ¡Me abraso! ¡Me abraso! ¡Agua!

Los gritos del hombre eran desesperados, y ella, presa de angustia, decidió salir por la cueva en busca de agua. Llegó hasta el pequeño arroyo que corre junto a la entrada de la cueva. Pero, justo cuando entraba de nuevo por ella, una saeta se clavó en su espalda. Aún así, consiguió llegar hasta donde estaba su enamorado, y se tumbó junto a él.

El hombre, al ver el cuerpo ensangrentado de su amada, se dio cuenta del final que les esperaba, y, en lugar de beber el agua, le dijo:

¿Quieres reunirte conmigo en la otra vida?

Ella asintió levemente, pues no podía hablar, y él dejó caer el agua sobre su cabeza, haciendo el gesto de bautizo, para convertirla a su religión. Cuando los soldados entraron en la cueva, hallaron los cuerpos de los dos enamorados, unidos para siempre tras aquella batalla.

Desde entonces, las almas de los dos enamorados salen cada noche de esta cueva. Ella, con un pequeño cántaro en busca de agua.

Gustavo Adolfo Bécquer