Finis mundi

 

Libro I: El Eje del Presente
Año 997 d.C.   Mundus senescit

A coro con los salvajes gritos de los atacantes, las llamas que envolvían la abadía crepitaban ferozmente y se alzaban hacia un cielo sin luna, iluminando el bosque cercano. El techo del establo se derrumbó con estrépito, al igual que la bóveda de la iglesia recién saqueada. Las oscuras sombras que rodeaban el monasterio aullaron de nuevo y, unas a pie y otras a caballo, se alejaron hacia el pueblo que dormía aguardando la llegada del alba. Oculta por la sombra de los frondosos árboles, una figura corría por el bosque, adelante, tropezando, buscando un refugio. Dio un traspié y cayó sobre la húmeda hierba. Rodó hasta un espeso matorral y se ocultó allí, sollozando. Sólo cuando las voces se apagaron se atrevió, prudentemente escondido y sin asomarse demasiado, a volver la vista atrás para contemplar los restos de lo que había sido s
u hogar en los últimos años. Temblando, vio cómo el fuego se consumía lentamente. Sintió que lo atenazaba el desaliento; pero, a pesar de su juventud, a pesar de su fragilidad, a pesar de su miedo, no dejó ni por un momento de estrechar contra su pecho un preciado códice que había logrado rescatar de las llamas. En su mente seguía resonando una terrible frase: Mundi termino appropinquante… Sus labios formaron las palabras de una plegaria, pero su garganta no emitió ningún sonido. Mundi termino appropinquante…

En la plaza se había formado un pequeño grupo de gente que iba aumentando lentamente, atraído por una sólida y potente voz que recitaba un largo cantar. Sentado en los escalones de piedra de la iglesia, perdido en sus pensamientos, un jovencísimo monje parecía ser el único en no sentir interés por la historia que se relataba un poco más allá. Su hábito negro indicaba que pertenecía a uno de los muchos monasterios que la orden de Cluny tenía sembrados por Normandía y Francia…

Laura Gallego